Por Kinari Chargoy .
¿Quién hubiera concebido esta ilusión grandiosa de
volúmenes pétreos y de espacios que siempre
parecen interminables? ¿A qué obedece esa
luminosidad cegadora que la circunda por todas
partes como un halo de esplendor? ¿Quién oso en
trazar las perspectivas etéreas e inconmovibles que la
traman y la urden como un crimen radiante y perfecto,
cometido de pronto; con la forma de un vuelo de
torres imprevistas, de columnatas rítmicas dispuestas
de acuerdo con módulos que simultáneamente
desafían y halagan las posibilidades de la razón?(Salvador Elizondo, 1968: 26)
Francisco Esnayra juega con la representación y el espacio, usando efectos ópticos con los que construye un universo en el que la materia, transmutada en portal, permite al espectador experimentar la extracorporealidad. Su trabajo es un reflejo del caos que nos habita.
A través de exploraciones psicofisiológicas, Esnayra crea figuras metamorfas que suscitan una experiencia visual dinámica y desafiante; desdibujando las fronteras de la percepción genera un “espacio libre” en el que obliga al espectador a establecer un orden —espacial y emocional — ante los movimientos aparentes que escapan de su control, induciéndolo así a un estado modificado de conciencia.
Sus piezas son asombrosos trampantojos escultóricos que se manifiestan proyectándose como un omnisciente ítem perspectiva; desatando una serie de inducciones perceptuales que cuestionan la relación mente-cuerpo-espíritu, mediante un juego de tensiones psicológicas que dimorfan a quien las mira en observador-observado, dándole así la capacidad de analizarse desde la otredad.