Sin sospecha ante el hecho de que estamos frente a una sociedad de inmediatas vecindades, pues todo reluce a partir de la comparación con algo, en cambio infundo mi sospecha en el terreno de las construcciones identitarias; pues mucho de lo que se define como “lo identitario” es consecuencia de una modelación de los sistemas sociales para generar una realidad virtual manipulando la cultura, y los modos de percibir, procesar, asimilar, consumir y hacer “nuestro”, lo que sustenta un estado de interés que mantiene el adormecimiento de la mayoría o en otros casos, una luz corta que impide reaccionar contra los poderes.

En mis periplos fuera de mi cultura de base, me confronto con el “de dónde vengo”, con el “en dónde estoy” y así fabulo ese “a dónde iré”. Es en este proceso donde he sentido que no me debo a algo específico, sino a una amalgama de influjos y por tanto, expresiones que en los casos más interesantes y menos epidérmicos, calan y trascienden las fronteras mal llamadas culturales, para disponernos como seres que compartimos, a fin de cuentas, las mismas bases. Porque poseemos intrínsecamente similares anhelos, abrigamos sentimientos afines y reaccionamos ante la realidad impelidos por necesidades análogas.

Si bien cambian los modos de expresarnos, condicionados por bases ideológicas, idiosincráticas, lingüísticas, conductuales –modeladas por la moralidad de cada “cultura”–. Todo lo anterior y tal vez más, condiciona cómo somos y nos expresamos. Lo que quizás configure esa llamada identidad cultural y dentro de ella la de índole social, étnica, genérica o política. Pero mucho puede ser, disidentemente hablando, una impostura en la que nos dejamos entrampar.

Es esto lo que me sucede con los tantos “packages” que se vocean dentro del campo del arte: sea de género, de minorías, de los ejes culturales no occidentales, entre otros posibles, porque muchos están diseñados para Occidente y sus adeptos del mercado.
Entonces, un artista latinoamericano ha de mostrar “algo” de su dorada cultura secular, arrasada por la conquista, sincretizada por la supervivencia; pero con dolor, llorando por tanta expoliación y engalanado con abigarramientos y colores presuntamente identificadores. Incluso, dentro de las claves del arte contemporáneo, el creador artístico es un productor simbólico que no debería dar la espalda a su tradición. Pero en la medida en que se ancla en ella le impide avanzar o trascender.

El arte que vale realmente es aquel que, si no reinventa sus símbolos culturales, genera otras capacidades simbólicas y crea lo nuevo. Mucho menos emplearlo como paño de lágrimas para luego ser vendido y con esto continuar alimentando la errada idea que se tiene de lo que es un complejo entramado, más universal que localista en la realidad disensora, nombrado como “arte latino”. Porque si mínimamente reparamos en el acervo que nos sustenta, en nosotros se unen América, Europa, África, Asia; en suma Occidente, Oriente y lo que insisto en llamar el “no occidente” por no corresponder ni a una ni a otra noción culturales.
En septiembre de 2017, en un teatro del Getty Center en Los Angeles, rodeado de otros curadores, artistas y gestores del arte prestos a inaugurar el PST/LALA, dentro del cual curé una exposición sobre arte de los Nuevos Medios, reafirmé mi perspectiva, desde el comienzo de su proceso, de desmarcarme de esos estancos identitarios que si bien parecen vender, construyen otras prisiones en nombre de una cultura “diferente”.
Sin que implique traicionar sus circunstancias, los artistas e intelectuales más serios que he conocido hasta hoy, comparten el hecho de ir más allá de los márgenes determinados por las “identidades culturales” y potencian con sus creaciones la búsqueda de lo universal. Son más divergentes desde sus procesos de convergencia, que seguidores de las falsas tradiciones travestidas en el folklorismo.

El llamado “arte latino”, de por sí bastante vasto, como el llamado arte latinoamericano, ha de desprenderse de esa pasada noción, que no verdad, enraizada en una percepción proveniente del siglo XX y desde antes, en cuanto a que no somos mero mestizaje sino un entramado de procederes de carácter universalizante y para nada nacionalizante y mucho menos constructor de especificidades que más que unir, ahora en otro siglo, dividen.


1 Espectro mucho más amplio, pues comprende una entremezcla con los múltiples componentes americanos precedentes, con la influencia hispánica (también diversa: no es lo mismo la impronta gallega que la andaluza), portuguesa, africana (ya de por sí variada según las zonas y etnias de donde se importó a la fuerza a tantos seres),… así se debe pensar en otros influjos: franceses, ingleses, italianos, holandeses, alemanes, chinos, japoneses, del Medio Oriente, entre muchos otros. Y con todas estas interrelaciones, lo que cada componente aporta desde sus presuntas bases culturales; muchas de origen judeo-cristiano pero otras no.
2 Me refiero a: HOPE. Experience 31. Media, Post Media & New Media art from Cuba. Pacific Standard Time PST/LALA. Getty Fund-artlab21-MATROSKA. El Segundo Museum of Arts, El Segundo, LA, CA. Septiembre 2017-Enero 2018. Muestra co-curada con Ley MA en la que intencionalmente determinamos evitar en todo momento anunciarla como una exposición de arte cubano contemporáneo pero sí de arte contemporáneo.
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Acerca de frency

frency (Cuba) Aspirante a Doctor en Ciencias sobre Arte. Master en Historia del Arte. Profesor, curador, crítico de arte y creador multidisciplinario. Coordinador principal de MATROSKA para el desarrollo del arte con tecnología, fundador de senseLAB y co-curador de Galería COVARRUBIAS en CDMX.

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