Por Emiliano Lazo Andrade.
¿Cómo ser cubano, mexicano, haitiano, colombiano o jamaiquino sin caer en un cliché de lo “latinoamericano”? ¿Cómo posicionar a América Latina y al Caribe en el escenario global sin perder el valor de nuestras diferencias? La Bienal por sí misma, como suceso histórico, nos invita a reflexionar sobre todas estas complicadas preguntas
Desde mediados del siglo pasado han surgido muchas posturas críticas respecto a la perspectiva desde la cual la Historia del Arte ha sido escrita. Denuncian, no sin razón, que la historia tomada por oficial responde a definiciones eurocéntricas, masculinas, heteronormadas y burguesas que han favorecido al arte de ciertos países, géneros, culturas y clases sociales como protagonistas y han relegado las identidades que no responden a las características mencionadas. Estas teorías críticas son las llamadas decoloniales y su principal enfoque, lejos de “negar a Europa”, es reconocer una exclusión histórica y poner en valor el papel de la colonización de América en la construcción del discurso europeo de “modernidad”. Estas teorías parten de la condición actual de dependencia de ciertos países, producto de procesos coloniales anteriores, designada como poscolonial, para investigar y valorizar el profuso panorama que produjo este complejo entrecruzamiento cultural.
A la llegada de los españoles en 1492, el Caribe fue considerado sin mayor utilidad más que colonias para economías de plantación y esclavismo. Sin embargo, estos factores lo han hecho una de las zonas donde ha habido mayores migraciones, mestizajes y sincretismos sociales, culturales, religiosos y artísticos del mundo. Así, en 1983 se funda el Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam, con el objetivo de investigar y promover las expresiones artísticas del Caribe, América Latina, África, Asia y Medio Oriente. Al año siguiente, en 1984, nace, por parte del Centro, la Bienal de La Habana, celebrando los 25 años de la Revolución Cubana y haciendo homenaje al artista Wifredo Lam, que había muerto dos años antes. Una bienal internacional nacía en medio del Caribe, enfocada en el entonces denominado Tercer Mundo y con un carácter abiertamente antihegemónico. Esto tendría implicaciones artísticas, políticas, intelectuales e históricas de importancia global.
Nace como una respuesta de los países del Caribe y América Latina ante la necesidad de re-conocerse como agentes productivos y productores de la historia del arte frente a los países, instituciones y métodos de legitimación convencionales (como una “Anti-Bienal de Venecia”). Tuvo y tiene como objetivo la investigación, proyección e integración de los artistas e investigadores del Caribe, América Latina y del entonces llamado Tercer Mundo, en vías de la creación de redes e identificación de una comunidad artística e intelectual prácticamente ignorada hasta ese momento. Si bien la primera edición se ciñó únicamente al Caribe y América Latina, los países participantes fueron aumentando y la Bienal se convirtió en un eje integrador para los países “periféricos”. Su mera existencia nos obliga a preguntarnos quiénes fuimos, quiénes somos y, teniendo conciencia de procesos históricos excluyentes, cómo podemos transformarlos para pensar en quiénes queremos ser.
La historia de nuestros pueblos ha sido tan accidentada (el Caribe y América Latina atravesaron en 500 años la historia occidental) que sería simplista una negación de lo “europeo” en favor de lo designado pre-colonial o tradicional, dado lo también problemático de dichas definiciones. Además, cabe preguntarnos hasta qué punto los supuestos valores precolombinos que hemos idealizado no responden, también, a caracterizaciones y clichés de origen colonial, acuñados para definir a los “otros” americanos. La otra posición que parece ser adoptada (por desgracia, muy generalizada) es la de una adecuación a los tiempos presentes, suponiendo formar parte del “juego” del mundo contemporáneo bajo sus propias reglas. Se pretende pensar que el discurso global en efecto disuelve fronteras y diferencias, y que todos participamos con iguales oportunidades e intereses. Esta postura es claramente falaz, homogeneizante, eurocéntrica y perpetuadora de relaciones de dominación económica, política y cultural ante una visión crítica, como la que pretendo sostener y que la Bienal pone sobre la mesa.
¿Cómo ser cubano, mexicano, haitiano, colombiano o jamaiquino sin caer en un cliché de lo “latinoamericano”? ¿Cómo posicionar a América Latina y al Caribe en el escenario global sin perder el valor de nuestras diferencias? La Bienal por sí misma, como suceso histórico, nos invita a reflexionar sobre todas estas complicadas preguntas. Una posible respuesta tal vez sea comprender que en nuestros pueblos existen diferentes temporalidades desfasadas entre sí y que nuestras historias no coinciden con la narrativa lineal planteada por Europa. En nuestras culturas contemporáneas los tiempos llamados pre-modernos, modernos, postmodernos y contemporáneos se entrelazan y es ahí, en esta diferencia, donde se encuentran nuestra originalidad e identidades actuales. Nuestro arte “contemporáneo” no tiene que imitar o aspirar a lo que se considera tradicional ni a lo que se considera contemporáneo bajo parámetros que no corresponden a nuestras temporalidades y realidades. Nuestro arte, como nuestras sociedades, con sus claras diferencias culturales, que tienen en común un pasado colonial, encarna por sí mismo un complejo sincretismo y es transversalmente contemporáneo ante el panorama hegemónico actual.
En definitiva, la Bienal marcó un antes y un después al posicionar al Caribe, América Latina y los países “subalternos” u “otros” en el panorama artístico mundial. Fue y es una puesta en valor de nuestras producciones contemporáneas como relevantes y propositivas para el gran relato (o relatos) de la historia, mercado y teoría del arte. Además, ya en ediciones más o menos recientes se han incluido artistas de origen periférico que viven en los centros bajo la premisa diaspórica de un “Tercer Mundo dentro del Primero”, así como artistas de países “desarrollados” que abordan temas afines en el actual desdibujamiento de las fronteras geográficas del ámbito cultural. Podría seguir enumerando sus repercusiones a través de varios enfoques, ya que son más de treinta años y contando, pero si algo queda claro es que la Bienal es síntoma de un giro decolonial que, si bien muchas veces no es ideal, sí muestra una redefinición global.
Fuentes bibliográficas:
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-Castro-Gómez, Santiago y Mendieta, Eduardo (1998), “Introducción: la translocalización discursiva de ‘Latinoamérica’ en tiempos de la globalización”, en Castro-Gómez, Santiago y Mendieta, Eduardo, (coordinadores), Teorías sin disciplina: Latinoamericanismo, poscolonialidad y globalización en debate, México, Miguel Ángel Porrúa.
-Herrera Ysla, Nelson (2009), Años intensos en pocas palabras, texto curatorial para la 10ª Bienal de la Habana. Dirección URL: <http://www.wlam.cult.cu/images/bienales/10.1BH.pdf>
-Lida, Cecilia (2009), “Entrevista a Llilian Llanes: Memoria y resistencia en los inicios de la Bienal de la Habana”, en Ramona, Buenos Aires, núm. 95.
-Mignolo, Walter D. (2007), “Prólogo, Separar las palabras de las cosas” en La idea de Ámérica Latina, la herida colonial y la opción decolonial, Barcelona, Editorial Gedisa.
-Noceda, José Manuel (2006), “El Caribe en las bienales de la Habana”, en Anales del Caribe 2005-2006, La Habana, Casa de las Américas.
-Quijano, Aníbal (2000), “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina”, en Edgardo Lander, (compilador), La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. perspectivas latinoamericanas, Buenos Aires, CLACSO.
-Wood, Yolanda (2008), “Arte del Caribe: El decenio que terminó el siglo XX”, en Arte por excelencias, España, Grupo Excelencias, núm. 1.
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